Todo empezó con una bicicleta. Sí, una simple bicicleta. Mi padre vivía a más de 60 kilómetros de Madrid, en un pequeño pueblo donde los sueños parecían siempre quedar lejos. Pero una mañana cualquiera, sin pensarlo demasiado, se montó en su bici y pedaleó hasta la gran ciudad. No llevaba mucho consigo, solo unas cuantas monedas, algo de ropa… y una enorme ilusión. Pronto consiguió trabajo como aprendiz en una pequeña carnicería. Era joven, callado y con ganas de aprender. Cada día, sin faltar uno, llegaba antes que nadie, limpiaba, observaba, preguntaba, escuchaba. Y sobre todo… amaba. Amaba el aroma de los embutidos curándose al aire, la textura de la carne fresca, el bullicio del mercado, las conversaciones con los clientes de toda la vida. Aquel oficio se le metió en la piel y en el alma. Con los años, y con muchísimo esfuerzo e ilusión, logró comprar una tienda en el barrio.
Así nació Alimentación Robleño. Una tienda de las de siempre. Un rincón donde los vecinos iban no solo a comprar, sino a charlar, a dejarse aconsejar, a sentirse como en casa. Pero mi padre no se conformó. Él quería más. No más dinero ni más tiendas, sino más calidad, sabor y autenticidad. Quería que sus clientes tuvieran lo mejor: productos seleccionados con mimo, con historia, con cariño, de esos que no se encuentran en cualquier sitio. Y así, año tras año, Robleño se fue llenando de tesoros: quesos que saben a campo, embutidos con tradición, frutas con aroma a huerta, carnes nobles y fresquísimas. Y una taberna como las de antes, con comida casera elaborada solo con productos de sus tiendas. Ahora, ese legado lo he recogido yo, Javier Robleño, uno de sus hijos. Tuve la gran suerte de aprender desde niño, mirando, ayudando, viviendo la tienda como parte de mi vida. Hoy, sigo apostando por lo mismo: calidad, precio justo y un equipo de profesionales que no solo venden… sino que conocen, prueban, exploran y se entusiasman con cada nuevo producto que entra. Nuestros proveedores vienen de todas partes: desde aldeas escondidas en los lugares más recónditos de nuestra geografía, hasta pequeños pueblos de distintos puntos de Europa, pasando por cooperativas familiares y productores que aún hacen las cosas con tiempo, con paciencia y con amor. Porque para nosotros, esto no es solo un negocio.
Es una historia de vida. Una historia que empezó con una bicicleta y que hoy sigue pedaleando fuerte, con la ilusión renovada y el mismo orgullo. Una historia que defiende la tienda de barrio, el trato cercano, el saber de generaciones, el sabor auténtico. Una historia que dice que el buen producto no está ligado a una gran superficie, sino en las manos de quien lo cuida desde el origen. Y tú, que nos lees… eres parte de esta historia. Cada vez que entras en nuestra tienda, cada vez que eliges comprar en el barrio, estás ayudando a que este relato no termine. A que no se pierda la magia de los mercados, la voz del tendero que te aconseja como un amigo, el olor de los productos recién llegados, la sonrisa de quien sabe que la comida también es cultura, emoción y recuerdo. Gracias por elegirnos, gracias por creer en las tiendas que tienen alma. ¡Te invitamos a que compres desde casa y te lo enviamos a la tuya o donde quieras! Pero si te apetece venir y conocernos, te esperamos con los brazos abiertos para que juntos, sigamos escribiendo esta nueva etapa.